Llegue al momento donde me replanteo un montón de cosas, aciertos y desaciertos como si mi cabeza creará un brainstorming de muchos momentos y situaciones que fui atravesando.
Pero lo que más me llama la atención es una sensación que tengo, una mezcla de angustia y ansiedad a fin de cuentas de extrañar a alguien que ya no está.
Mi abuela.
La que me llamaba todos los días para saber si estaba bien, la que me escribia por WhatsApp para practicar y aprender a usarlo, la que me decia: acordate lo que yo te digo y vas a ver que tengo razón. La que me fue a buscar a la facultad cuando me recibí y me dijo , estoy orgullosa de vos. La que estaba en la distancia y estando cerca siempre observaba callada, hasta encontrar el momento justo de decir lo que pensaba, con la palabra justa.
La que hablaba fuerte y le gustaba viajar mucho, la que escuchaba a Roberto Carlos, pero me pedía canciones de Elvis y de Tom Jones.
La que abrazaba y contenía, cuando nadie más sabía hacerlo.
La que cocinaba todo rico y me enseñó a hacer las pepas más ricas del mundo.
La que decía que el tiempo te da la razón, y yo al principio no entendía de que hablaba, pero ahora si. Y cuanta verdad hay en una simple frase.
La que tenia el titulo de abuela oficial, la que sabía cuidar siempre.
Duele el espacio vacío que nos queda cuando perdemos a alguien tan nuestro, pero la huella que nos dejan se hace tan imborrable que es como una fórmula mágica para mantener latente cualquier tipo de recuerdo que aparezca.
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